25 de junio de 2010

LAURA

Había comenzado el verano y un mundo de color y de sol inundaban los días. Después de los largos días invernales, Laura, despertaba de su letargo y recorría con pisadas fuertes y seguras sus rincones y lugares preferidos.

Atrás quedaban los madrugones al amanecer cuando parecía que las mantas se le habían pegado a su cuerpo y era imposible desprenderse de ellas. Ahora el sol penetraba por la ventana y le hacia guiños de complicidad invitándole a vivir. La sonrisa salia de sus labios mas fácilmente, su ánimo estaba como en la cumbre de una montaña. Cantaba y tarareaba canciones de amor, no le importaba hacerlo incluso por la calle, como queriendo compartir su alegría con el resto de la gente.

Le gustaba dar grandes paseos en soledad con la única compañía de su perro y unos auriculares en sus oídos con la música que le hacia soñar. A veces, acariciaba las pequeñas margaritas en el verde prado descubriendo en su belleza recién estrenada un misterio profundo de vida. Acercaba su rostro al ras de tierra y hablaba con las profundidades donde solo parece que hay oscuridad. Abrazaba a los árboles para contagiarse de su vigor y fortaleza y dejaba en su corteza todo aquello que la hacia sufrir.

Amaba los días y la vida misma y era feliz con las cosas sencillas. Tenia sueños y proyectos porque en su larga vida había aprendido que no conviene dejarse morir...

Al atardecer, cuando el sol se ocultaba, su capacidad de descubrir la belleza era su mejor distracción, y dejaba caer a su paso suspiros de cielo que subían alegremente a besar las estrellas. Recorría en silencio aquellos lugares que le habían hecho feliz en su infancia, y entonces el corazón le latía con una fuerza inusitada, como si le viniera de golpe toda la felicidad a borbotones apagando en un suspiro los malos momentos.

Se rodeaba de buenos amigos con los que compartir lo bueno y lo malo, la risa y el dolor. Guardaba en su corazón los instantes vividos en compañía y que se recuerdan siempre.

En las noches de luna llena, abría su balcón y conversaba de tú a tú con ella. Era como subir al infinito, donde el tiempo nunca muere, donde la eternidad se hace canción enamorada, donde de alguna manera, sentía la mirada de las personas amadas que se habían marchado para no volver.
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