16 de noviembre de 2025

ARRULLO DE OTOÑO


 

Un arrullo de Otoño se ha metido en mi corazón y me mantiene cautiva.

Lentamente se va adueñando de mi ser, mientras contemplo extasiada la belleza de los árboles cercanos.

Me gusta pasear al atardecer cuando el sol se despide.

Las hojas muertas se van pegando a mis zapatos mientras camino. Se oye un rumor dolorido, un lamento, como si la muerte acechara los caminos.

Se van los amigos para siempre.

Una nostalgia habita en los corazones.

Se asoma en el horizonte la incertidumbre de lo desconocido.

Pero la vida me sale al encuentro mientras veo pasar en fila los pequeños niños de una guardería cercana.

Me conmueve su inocencia, la sonrisa a flor de piel, sus manos regordetas, su cara con un halo travieso, su caminar dando pequeños saltitos, sus ojos abiertos a la belleza de la vida.

Un perro anciano va en un cochecito. Su andar se ha vuelto lento y pesaroso. Almas generosas y buenas lo cuidan con primor dándole los últimos cuidados hasta el final de sus días.

Hace tiempo que forma parte de la familia.

El amor crea vínculos.

Los seres vivos necesitamos el amor para vivir.

Por eso las heridas de amor tardan en cicatrizar.

Hoy me fui lejos.

Necesitaba caminar.

Caminar sin rumbo.

Sentir el beso del sol, el palpitar de mi corazón inquieto en cada paso, para sentirme viva.

Las gentes y las calles rezumaban alegría.

Y me llené de esas ganas de vivir.

Después, regresé a la paz del hogar, renovada por dentro.

A veces hay que hacer un parón, salir de nosotros mismos, olvidar problemas, volver sobre nuestros pasos, reencontrarnos y aceptarnos tal y como somos.

Y amarnos.

2 de noviembre de 2025

EL RUIDO

 


Se despertó con el ruido de un taladro en la pared.

Era un vecino que estaba haciendo algún arreglo en casa.

Era aún temprano. Desde su jubilación no tenía horario a la hora de acostarse, y alguna noche le daban las tantas, dado que era noctámbula de nacimiento y la noche ejercía un poder de seducción sobre ella. Así tampoco tenía ninguna necesidad de madrugar.

Con el ruido y ese despertar brusco no volvió a conciliar el sueño.

Al final, terminó por levantarse aunque aún era de noche.

Como pudo, encendió la luz, y al poner los pies en el suelo tropezó con la esquina de la cama dando un grito que hizo temblar la estancia.

Su dedo gordo del pie derecho empezó a cambiar de color como si del arco iris se tratara.

No se pudo calzar las zapatillas, por lo que decidió irse descalza pasillo adelante.

Poco a poco el dolor fue amainando.

Encendió la cafetera.

Un olor a café inundó la cocina.

Era la primera sensación agradable aquella mañana.

Lentamente se fue preparando un zumo de naranja y puso a tostar un par de rebanadas de pan de cereales.

Cómo en un ritual, cubrió la tostada con mermelada de arándanos- su preferida- y se dejó llevar de la magia del que tiene todo el tiempo del mundo para él.

El desayuno formaba parte de sus rutinas más consolidadas.

Atrás había quedado el tiempo en que su vida laboral le hacía madrugar y desayunar con enorme rapidez para no llegar tarde al trabajo.

Ahora se había propuesto saborear la vida y sus momentos.

Fuera, un tímido sol luchaba por hacerse notar.

Mientras abría la ventana, aspiró el aíre de la mañana, como queriendo retener en un instante la belleza de la vida.

Miró su pie descalzo y observó una vez más su dedo hinchado y morado.

Apenas lo sentía y como pudo se calzó la zapatilla pues comenzaban a quedarse sus pies fríos.

Casi siempre tenía los pies fríos.

Cuando lo comentaba con alguien, solían decirle que era por falta de riego sanguíneo, que la sangre no le regaba bien.

¡Como si sus pies fueran lechugas cultivadas en una huerta cualquiera!

Ella sabía, que por genética, podía haber heredado ese problema, pero no le daba más importancia.

Puestos a heredar- se decía- preferiría heredar otras cosas, pero era consciente de que todo iba incluido en el lote.

Pasó la mañana leyendo y escribiendo.

Era un Otoño peculiar donde apenas había hecho su aparición el frío.

Aprovechaba para dejarse besar por el sol en la terraza de su casa, mientras observaba el ir y venir de las gentes.

Apenas se acordaba del mal despertar de aquel día, porque pensaba que casi todo se puede enderezar en la vida.

Su pie amoratado descansaba en un cojín y hasta parecía tener un aíre burlón en su semblante.