Ya casi he vencido el miedo al ascensor. Os cuento esto porque desde hace unas semanas mi comunidad está de obras y tenemos que salir a la calle por el garaje. Cómo ya os he contado alguna vez, tengo una claustrofobia desde niña y que se ha acentuado con el paso del tiempo.
Siempre subo por la escalera, pero ahora no me queda más remedio que coger el ascensor por lo menos hasta el piso del portal y desde ahí subir andando como siempre.
Cuando se iba acercando el comienzo de la obra mi temor era enorme. Hasta que no me quedó más remedio que utilizarlo. El primer día lo pasé fatal. El segundo también. El tercero no tanto.
Y así hasta que el miedo se ha convertido en un poco de respeto nada más.
Lo empiezo a ver cómo algo normal.
Hay que enfrentarse a los miedos.
Los miedos suelen ser los causantes de tener el corazón y el alma aherrojados.
Estuve en el ambulatorio. Tenía cita en enfermería. Estaba pendiente de que me mirasen una mancha en la cara que de vez en cuando amanece con una pequeña herida. Resulta, que ahora te hacen una fotografía y se la envían al dermatólogo, que a través del ordenador pueden ver la gravedad.
No hace mucho en la Televisión Navarra entrevistaban a la Presidenta de Navarra, María Chivite y una de las preguntas precisamente era sobre la sanidad. El presentador le comentaba que si con este método era fiable saber la gravedad de una lesión, y ella contestaba que si, que precisamente a su pareja le había salido un grano en la espalda, o algo así, y a través de la fotografía que le habían podido diagnosticar y en quince días le habían citado para extirpárselo. Claro, que por ser la pareja de ella en quince días solucionado. Los demás, como por ejemplo yo, a esperar un mínimo de noventa días, después de saber los resultados de la fotografía. Y si tienes dudas y miedo, pagarte un dermatólogo particular para que cuanto antes te solucione el problema.
Los miedos forman parte de los sucesos diarios, pero llevados al extremo nos pueden llevar a un estado de angustia que nos perjudica enormemente.
Es una emoción básica y una respuesta natural del cuerpo a una amenaza percibida.
El otro día estaba haciendo unas fotografías a las flores del parque que aún conservan su lozanía.
De repente, escuché a un crío dar una mala contestación a su madre.
Salían ambos del coche.
La madre le corrigió inmediatamente diciéndole: "A mi no me hables así que soy tu madre. ¡Ni se te ocurra!"
El chaval salió detrás de un árbol dispuesto a escaparse. Era muy pequeño. Cara enfadada, mochila a la espalda, ojos curiosos y atrevidos, un puntito rebelde en sus andares...
Le miré,
Me miró desafiante.
Al cruzar la carretera lo hizo sin mirar a los lados por si venían coches.
De nuevo se alzó la voz de la madre: "¡Has cruzado sin mirar!"
-Ya...es qué ...
La madre, una mujer joven, ejerciendo la inconmensurable labor de educar en el respeto, de avisar de los peligros, de la prudencia del miedo, de proteger, de amar...
El crío era como una de aquellas florecillas que yo trataba de retratar. Vulnerable, curiosa, bella, atrevida...
La madre, jardinera amorosa.
Se perdieron a lo lejos.
Yo también recordé a la mía y mis miedos.
1 comentario:
Yo también les tengo cierto respeto a los ascensores. No tanto como para evitarlos, pero sí lo suficiente como para hacerme una idea de lo mal que lo pasa una persona que les tiene auténtico pánico.
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