Hace ya casi ocho años menos algún mes que llegué a vivir a Zizur y desde entonces me encuentro integrada siendo una zizurtarra de pro.
Me gusta cuando llego a un lugar nuevo hacerme una más para aprender.
Cuando descubrí la Comparsa de Gigantes y Cabezudos me quedé fascinada por la alegría que trasmiten, por su colorido, por la belleza y pericia de sus pasos de baile y, por lo que significa de tradición.
Me dejé llevar por su magia recorriendo calles y plazas tratando de bailar al unísono con ellos mientras les grababa o hacía fotografías.
Es muy bonito, y de agradecer, que la gente se implique para llevar a cabo esta tradición, poniendo su tiempo a disposición de las nuevas generaciones y darle continuidad.
Los niños desde muy pequeños acuden a ver a estos gigantones que les sonríen desde arriba con complicidad o intentan zafarse de los kilikis que les persiguen por las calles.
Incluso les conocen por sus nombres: Mayordomo y Mayordoma, Sol y Luna.
Pues de alguna manera, esos seres majestuosos, conservan también su alma de niños y son capaces de crear a su alrededor, con sus bailes, la magia y la ilusión más bonita.
Una nena que estaba a mi lado se envalentonaba al ver bailar a los gigantes y se atrevía a decir a su mamá que era capaz de mover ella sola un árbol.
Y lo decía con enorme seguridad a pesar de sus pocos años, viendo a estos gigantones de mirada pícara y traviesa que la transportaban a un lugar donde es posible hacer realidad los sueños.
Pero quería contaros el ritual a la hora en que termina el desfile por calles y plazas y son transportados en un camión hasta el pueblo donde van a quedar guardados hasta la próxima salida.
Con un esmero casi paternal y maternal, les limpian cuando les sorprende la inesperada lluvia.
Uno a uno van pasando por las manos de los que ocultamente les dan vida debajo del enorme armazón y les hacen bailar al son de la música.
No os podéis imaginar la ternura y cuidado que ponen en cada pequeño gesto, minucioso y concienzudo hasta verlos encima de la cabina.
Hasta pareciera que los gigantones hablasen entre si, comentando el enorme corazón, también gigante, de esos muchachotes.
Todo, bajo la atenta mirada de grandes y pequeños.
Que absortos no se quieren perder el ritual.
Una vez que la operación ha terminado, alguno de los chicos serán los encargados de llevar a feliz término esta hermosa aventura.
Atrás quedan las miradas infantiles, testigos curiosos y receptivos, que dormirán pensando en volver a verlos bailar en la mañana de fiesta.
El esfuerzo de estos muchachotes de corazón enorme y amantes de la tradición no será en vano.
Habrán prendido la mecha para que los que vienen detrás continúen.
Hermosa labor.

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