19 de diciembre de 2025

PESADILLA


 Desperté angustiada después de tener una horrible pesadilla, donde me perdía de unas amigas en una enorme ciudad como Madrid.

Habíamos ido juntas, pero me entretuve en mirar algo a pie de calle y las perdí de vista.

Seguro que captó mi atención cualquier suceso pequeño, o quise hacer una fotografía para después contaros lo que había visto.

Fueron tan solo unos instantes, pero suficientes para no verlas más.

Traté de localizarles sin ningún resultado, hasta que me sentí agobiada y perdida.

Comencé a preguntar a la gente donde podía coger un tren de vuelta a casa, pero nadie me sabía decir donde estaba la estación.

Había perdido el equipaje y la documentación.

La sensación de angustia me impedía casi respirar.

Deambulé de acá para allá sin saber que hacer.

Me sentía sola en un lugar inhóspito.

A nadie le parecía importar mi problema.

Estaban de fiesta y solo querían divertirse.

La música de una charanga llegaba a mi con nitidez.

Tenía miedo y no sabía muy bien que hacer.

Por fin, me atreví a subir a un autobús que quizá me llevaría a mi lugar de residencia, gracias a un poco de dinero que encontré en el bolsillo de la chaqueta, pues por unos instantes, la lucidez parecía haber vuelto a mi. 

Pero al llegar, no reconocía el lugar, con lo cual me encontraba de nuevo perdida.

Muerta de cansancio, de sueño y hambre, me senté en un banco de un parque cercano.

La angustia me oprimía el pecho, tenía los pies helados y la cabeza y el corazón rotos.

De una calle cercana salió una muchacha, que al verme desvalida se acercó con la intención de ayudarme.

No la conocía de nada pero me daba confianza.

Me llevó a su casa, me dio de comer, me escuchó, me animó...

Cuando ya mi problema parecía resuelto, me desperté acalorada.

Eran las once y pico de la mañana. Había perdido casi medio día.

¡Que mal rato!

¡Caramba con las pesadillas!

He vivido en Madrid algún tiempo. Pero además recuerdo una vez que al llegar a la ciudad desde Sevilla, perdí mi maleta y tuve que buscarla corriendo por el andén y casi entre la vía con el peligro que comporta.

Y alguna cosa más me ha ocurrido en mis viajes a Madrid, con lo cual me cuesta tener que pasar por la capital o hacer algún transbordo.

¿Estas pesadillas que frecuentemente me acosan serán fruto de las malas experiencias?

11 de diciembre de 2025

HISTORÍAS MINÍMAS

 


Ha cesado la lluvia.

Hay una calma serena en el ambiente.

Un petirrojo me sale al encuentro y me mira con curiosidad.

Un cartel en una farola anuncia la desaparición de un gato.

Una empleada de Eroski termina su jornada de trabajo. Está haciendo su propia compra. Al salir la veo cargada de bolsas. Su cara denota cansancio y se lo hago notar. Me sonríe. Le sonrío. Desde mi llegada a Zizur nos hemos hecho amigas como consecuencia de ir a comprar casi a diario.

Me gusta agradecerles su trabajo siempre que puedo y preguntarles por sus cosas.

Además de las horas cara al público, les espera al llegar a casa un sinfín de cosas por hacer.

Vivimos para trabajar.

La gente se arremolina alrededor de las cajas automáticas para pagar. Lío total para la gente de edad. Se bloquean a cada momento, con el consiguiente trabajo para las cajeras que tienen que atender a ambas.

Todo por ahorrarse los sueldos y ganar más.

¡Como si no hubiesen subido bastante los alimentos y las ganancias!

Gente impaciente, que resopla en la fila, al ver los movimientos con parsimonia de la gente mayor al meter en el carro la compra.

Una vez que han logrado meterlo, no encuentran el monedero, ni la tarjeta, ni recuerdan el pin.

Miradas inquisitivas, incluso se adivina un reproche cargado de falta de empatía.

¡Como si ellos no fueran nunca a envejecer!

Dos perros se encuentran. Mueven la cola, se huelen, se saludan a su manera. Los dueños, charlan animadamente.

Una pequeña niña se ha quedado dormida con una galleta en la mano. Va en la silleta. Sonreímos su madre y yo.

Un chaval sentado en un banco muerde con fruición un trozo de empanadilla. En una mano lleva una bebida energética. Auriculares en sus oídos. En su mundo. 

¿Necesita una bebida de ese calibre para seguir viviendo?

Si es un niño...

Publicidad engañosa. 

Las pizzerías a rebosar.

Y el Popeyes, comida rápida de Luisiana, también a rebosar con su famoso pollo frito.

Comida basura a montones.

Se va perdiendo la comida tradicional y casera.

No hay tiempo de cocinar.

¡Benditas abuelas y madres y sus pucheros!

Dos enamorados pasan cerca. Ella, con un gorro blanco y bufanda a juego. Él, con un abrigo azul marino.

Desafiando al frío.

Tampoco hace tanto frío.

¡Si fuera en León o Guardo!

Historias mínimas bajo mi curiosa mirada.



1 de diciembre de 2025

COMPARSA DE GIGANTES Y CABEZUDOS DE ZIZUR.

 


Hace ya casi ocho años menos algún mes que llegué a vivir a Zizur y desde entonces me encuentro integrada siendo una zizurtarra de pro.

Me gusta cuando llego a un lugar nuevo hacerme una más para aprender.


Cuando descubrí la Comparsa de Gigantes y Cabezudos me quedé fascinada por la alegría que trasmiten, por su colorido, por la belleza y pericia de sus pasos de baile y, por lo que significa de tradición.


Me dejé llevar por su magia recorriendo calles y plazas tratando de bailar al unísono con ellos mientras les grababa o hacía fotografías.

Es muy bonito, y de agradecer, que la gente se implique para llevar a cabo esta tradición, poniendo su tiempo a disposición de las nuevas generaciones y darle continuidad.


Los niños desde muy pequeños acuden a ver a estos gigantones que les sonríen desde arriba con complicidad o intentan zafarse de los kilikis que les persiguen por las calles.



Incluso les conocen por sus nombres: Mayordomo y Mayordoma, Sol y Luna.

Pues de alguna manera, esos seres majestuosos, conservan también su alma de niños y son capaces de crear a su alrededor, con sus bailes, la magia y la ilusión más bonita.


Una nena que estaba a mi lado se envalentonaba al ver bailar a los gigantes y se atrevía a decir a su mamá que era capaz de mover ella sola un árbol.

Y lo decía con enorme seguridad a pesar de sus pocos años, viendo a estos gigantones de mirada pícara y traviesa que la transportaban a un lugar donde es posible hacer realidad los sueños.


Pero quería contaros el ritual a la hora en que termina el desfile por calles y plazas y son transportados en un camión hasta el pueblo donde van a quedar guardados hasta la próxima salida.



Con un esmero casi paternal y maternal, les limpian cuando les sorprende la inesperada lluvia.


Les cubren con unas fundas de tela para que no sufran desperfecto alguno durante el viaje.



Uno a uno van pasando por las manos de los que ocultamente les dan vida debajo del enorme armazón y les hacen bailar al son de la música.


No os podéis imaginar la ternura y cuidado que ponen en cada pequeño gesto, minucioso y concienzudo hasta verlos encima de la cabina.



Hasta pareciera que los gigantones hablasen entre si, comentando el enorme corazón, también gigante, de esos muchachotes.


Todo, bajo la atenta mirada de grandes y pequeños.


Que absortos no se quieren perder el ritual.


Una vez que la operación ha terminado, alguno de los chicos serán los encargados de llevar a feliz término esta hermosa aventura.


Atrás quedan las miradas infantiles, testigos curiosos y receptivos, que dormirán pensando en volver a verlos bailar en la mañana de fiesta.

El esfuerzo de estos muchachotes de corazón enorme y amantes de la tradición no será en vano.

Habrán prendido la mecha para que los que vienen detrás continúen. 

Hermosa labor.