5 de julio de 2012

LA COSECHA


Eran pasadas las siete de la mañana y el sol empezaba a despuntar por la loma. Desde muy temprano, el señor Miguel y Adela, su mujer, habían empezado a trabajar en el huerto cercano a su casa. La tierra parda, casi roja, se resistía a ser zarandeada por la azada porque apenas había descansado durante la noche por el frío de la escarcha. Parecía mentira que hubiese empezado el mes de Julio y la temperatura nocturna tuviera tan mala uva, pensaba, mientras se desperezaba con los rayos de sol y los fuertes golpes  de la señora Adela.

El señor Miguel era un hombre campechano que adoraba la tierra. Con su sombrero de paja calado en su pelona cabeza, trataba de entender como era eso de la "prima de riesgo" que unas veces bajaba y otras subía, como si se tratara de las olas del mar. De primas, recordaba a Carmina, una hija de su tío Manolo, compañera de juegos y secretos, de caracter templado y alegre, y respecto al mar, solo le había visto una vez en una excursión del Inserso. ¡Que buena idea esa de poder viajar a bajo coste, después de toda una vida de trabajo!
Es verdad que le impresionó mucho, pero él era de tierra adentro, de paisajes rodeados de montañas, de prados verdes y sabor a miel de abeja. Aquellas abejas que una vez le persiguieron a muerte cuando junto con su mejor amigo intentaron robarles tan preciado manjar.

Adela era de un pueblo vecino y se había enamorado de Miguel nada más verle. Estaba segando, aquella tarde que subió a una tierra a llevar la merienda a su padre que también segaba la suya.
El trigo se dejaba atrapar por las fuertes y callosas manos de Miguel, acompasadas por el viento. La belleza de la tarde se confundía con los ojos negros de Adela. Cerca, un gorrión, componía una melodía de amor en aquella tarde asomada a la magia del momento.

Después sellaron ante Dios y los hombres su amor. Más tarde vinieron los hijos. Años intensos de trabajo en el campo, de amor del bueno, de sonrisas y besos. De enfermedades superadas, de malos momentos, de penas y llantos.
Hoy la vieja tierra les cobija de nuevo. Tendrán que recoger una buena cosecha. Este fin de semana vendrán los hijos que viven en la capital.
Según dicen, no corren buenos tiempos para la economía familiar. Recortes por aquí y por allá...
La incertidumbre ha hecho a sus hijos reservados, cautelosos, con miedo a vivir.
Siempre que pueden vuelven a su hogar para recobrar la paz que las circunstancias adversas les a arrebatando.
 Los ojos negros de Adela, siempre miran de frente, las fuertes manos de Miguel siempre tienen las mismas caricias, la tierra, siempre les recibe con los brazos abiertos...

4 comentarios:

Eastriver dijo...

Ojos (mirada) y manos /trabajo)... debemos fiarlo todo a ello. Y no olvidar que somos tierra, y que aquí estamos, y de aquí no nos moveremos. Muy bueno.

mariajesusparadela dijo...

Y lo que era una visita pronto tendrá que ser estancia permanente.

Darío dijo...

Me queda el amor por la tierra, últimamente tan humillada por la mano del hombre. Un abrazo.

Alfonso Saborido dijo...

Sabes, me recuerda a mi vida de pequeño cuando mi madre iba a buscar a mi padre que estaba trabajando en su huerto...