29 de enero de 2014

RETAZOS DE LA VIDA DE CELIA (Capítulo tercero)


La casa de la abuela de Celia era una de las mejores del pueblo de aquella época. La había construido su abuelo unos años antes del fatídico accidente en la mina que le costo la vida por intentar salvar la de un compañero. Desde entonces, la vida familiar se vio afectada de manera muy particular por las circunstancias de entonces. Una mujer viuda con niños pequeños y sin apenas recursos, se veía obligada a llevar una vida miserable para el resto de su vida.


El patrimonio familiar se vio mermado, y como recuerdo de su esplendor, solo quedo la casa familiar y sus codiciados enseres por aquel entonces: un gramófono, una radio, una máquina de coser, y varios objetos que apenas tenían en sus casas el resto de la gente.
Otras secuelas afectaron a la vida de la abuela viuda. Su hija, bien dotada para los estudios, y con la promesa de su papá que la enviaría a estudiar a la capital cuando fuera mayor, nunca pudo cumplir su sueño quedando para siempre en su alma el recuerdo y las caricias de su padre sin echarle en cara su promesa incumplida.
La cocina era espaciosa. Una chimenea era el centro de atención donde se cocinaban los exquisitos sabores de la zona. A un lado pegado a la pared había un banco peculiar con una especie de mesa incorporada que se bajaba a la hora de la comida y se mantenía erguida durante el resto del día con unas aldabas.
Celia, recordaba con auténtico placer la despensa cercana y sus arcones y ánforas repletas de los productos de la matanza del cerdo. Chorizos, morcillas, lomo en aceite, y un jamón colgado, siempre disponible para agasajar al visitante familiar o amigo.
En la puerta de al lado de la cocina estaba el comedor,  que se utilizaba para las grandes ocasiones, las fiestas del pueblo y reuniones y acontecimientos familiares.
Aquellos encuentros familiares marcaron en el alma de Celia, como a fuego, la defensa de la familia como pilar donde apoyarse siempre. Y aunque es verdad que en la actualidad el concepto de "familia" ha cambiado mucho, siempre quedaron rescoldos de aquellas vivencias que le marcaron en su niñez.
El recuerdo de la ensaladilla y el lechazo humeante no se ha borrado con el paso de los años.
Recordaba un bizcocho hecho artesanalmente sin la maquinaria moderna de la actualidad esponjoso y de color casi amarillo, y los sequillos, unas pastas hechas con manteca de cerdo.
El arte de la repostería era algo mágico a los ojos de Celia. En los días próximos a las fiestas, se reunían las mujeres de la familia en la hornera, donde había un horno de leña. En secreto y lentamente como los alquimistas, iban realizando sus exquisitos manjares.
Era como un ritual donde el mundo femenino ponía su arte creativo sin tener por medio miradas ajenas y curiosas. Nunca su tía Paca le dejo entrar ni a ayudar ni a cotillear en aquel templo sagrado.

1 comentario:

Darío dijo...

Era, según leo y veo, una Edad de Oro... UN abrazo.